Junto con el recato, el recogimiento, la oración, la humildad y las obras de caridad, las viudas encontraron en la vestimenta una clara forma de expresar su estado. Durante aquel año de lamento, e incluso más allá de éste, la viuda debía vestirse de una determinada forma. Antonio de Guevara recogía esta idea: "La viuda virtuosa y honesta luego se le paresce en el traje que toma". Y, ¿cómo era este traje? Philippe Ariès ve en el negro la ritualización más antigua del duelo. Así lo expresaba el burgalés fray Luis de Maluenda: "Parece que el color negro se ordenó para la memoria de la tristeza de la muerte". Si la viuda optaba por otro color que no fuese el negro, éste, al menos, debía ser oscuro, símbolo de su tristeza.
Doña Antonia de Ipeñarrieta
Pero, además del color, las fuentes nos hablan de indumentarias características de este estado: el hábito de viuda, que viste la donante de La Trinidad de Masaccio; el monjil, que por su forma holgada se consideró apropiado para viudas, dueñas y monjas; o el monjil de escapulario, de lana, alto y cerrado, que cubría la garganta y el cabello y que estaba reservado para aquellas viudas que habían hecho un juramento especial. Sin duda, el esteriotipo del traje de la viuda castellana era el mismo que desde aquella época cubrió las imágenes de la Virgen de la Soledad. Respecto al tocado de la viuda, con la excepción de los tocados vascos y navarros que Caro Baroja recoge, en general, para el resto de la Monarquía hispánica, el ejemplo de toca de viuda (otro ejemplo de toca de viuda) sería el de la reina Mariana de Austria. Es decir, una toca blanca y larga que enmarcaba la cara y cubría el cuerpo hasta más abajo de la cintura, incluso hasta el borde mismo del monjil. Así debía vestir una viuda virtuosa: de forma humilde, austera y recatada. Porque, en aquellos siglos, se entendía que en la vestimenta de la viuda no sólo iba implícita su virtud, también el prestigio de su difunto esposo y el de la familia de éste.